San Antonio María Claret nació en Sallent (Barcelona) en 1807 con el nombre Antonio Adiutorio Juan. Aunque su camino parecía estar en el telar de su padre, optó por la vida eclesiástica y entró en el seminario de Vich. En 1835, fue ordenado sacerdote y comenzó como párroco de su localidad.

Luego se trasladó al Colegio de Propaganda Fide de Roma, el departamento del Vaticano que se encargaba de las misiones. Allí sólo consiguió hacer un curso de ejercicios espirituales con un jesuita que lo orientó hacia la Compañía de Jesús. Entró al noviciado jesuita, pero debido a una enfermedad, regresó a España, donde pasó siete años predicando en Cataluña y en las Islas Canarias.

En 1849, Antonio María Claret fundó la Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón de María, vulgo claretianos. Más tarde, su sueño de ir en misión finalmente pudo hacerse realidad, ya que fue nombrado Arzobispo de Santiago de Cuba.

La reina Isabel II lo mandó llamar en 1857 para que fuera su confesor. Antonio aceptó, poniendo como condiciones no estar obligado a residir en palacio y no verse impedido para su ministerio. En Madrid, fundó la Academia de San Miguel y fue nombrado presidente del Monasterio de El Escorial.

El reinado de Isabel II convulso e inestable. De hecho, en 1868, la insurrección progresista hizo que la monarca se exiliara en París, estando acompañada por su sacerdote.

Antonio María Claret volvió luego a Roma, participando en el Concilio Vaticano I para defender la infalibilidad del Papa en materia de fe y costumbres. Finalmente también fue perseguido pero se refugió en el monasterio de Fontfroide, cerca de Narbona, donde murió en 1870.

Fue beatificado en 1934 y canonizado el papa Pío XII en 1950, convirtiéndose en el primer santo del concilio Vaticano I.



Fuente: ELMUNDO.